Cofepris: continuidad y autonomía
- Escrito por Héctor Rendón
- Publicado en Opinión
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México tiene un futuro prometedor si logra consolidar el Estado de Derecho y la autonomía de las instituciones públicas, manejadas por técnicos y no por políticos que responden a intereses partidarios o de pequeños grupos.
En este contexto, existen referentes obligados de instituciones que se han transformado como la Comisión Federal de Competencia (Cofeco), y la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel), con un gran papel en los sectores en que trabajan, con regulaciones avanzadas e independencia de los grupos políticos, respondiendo a los mexicanos.
Otra institución que es vital para los consumidores y para el desarrollo del sector salud en nuestro país, es la Comisión Federal para la Protección Contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), bien manejada por Julio Sánchez y Tépoz.
Por desgracia, la Cofepris no tiene la autonomía con que cuentan las otras dos comisiones mencionadas y la razón es que por ley todavía no se nombran comisionados y demás autoridades en forma independiente al partido en el poder.
Sin embargo, aún con dicha limitación regulatoria, la Cofepris cuenta con equipo técnico, conocimiento suficiente y el espíritu de servicio para la aprobación del manejo de medicamentos de calidad y a precios competitivos, evitando el abuso de laboratorios y de intermediarios que sólo buscan el lucro y no el bienestar de la población.
En términos generales, los mercados de salud en el mundo están conformados por cuatro industrias: la de los seguros de salud, los servicios médicos, los servicios de hospitalización y la de los medicamentos, cada una de ellas con su propia forma de organización y actuación de cara a los gobiernos y el público.
La industria farmacéutica se caracteriza por la gran inversión en investigación y desarrollo, gracias a la constante innovación de sus productos, ahora vivimos sustancialmente mejor que antaño (pensemos, entre otros casos, en la erradicación de la viruela confirmada por la Organización Mundial de la Salud en 1980). Sus productos generan beneficios para los pacientes a través de reducciones en el número de muertes, en el costo de los tratamientos y en los días de hospitalización.
Ahora bien, también es cierto que, algunas ocasiones, los desarrollos de los laboratorios farmacéuticos han derivado en auténticas desgracias, le pasó a Talidomida; fueron muy sonados los casos en los que sus prácticas no fueron precisamente éticas: por ejemplo, la novela de John LeCarre, El jardinero fiel, nos remite al hecho real de una farmacéutica trasnacional que organizó ensayos clínicos ilegales en Nigeria –sumida en una crisis médica por meningitis en 1996– teniendo como resultado que 11 niños murieron y muchos más sufrieron efectos secundarios graves, como lesiones cerebrales.
Todos estos factores –la gran inversión en investigación y desarrollo, la asimetría de información entre los que fabrican y venden medicamentos, y los pacientes y consumidores, el poder oligopólico de la Industria, su capacidad lobbismo, etcétera–, propician un ambiente de mercado que difiere de otras industrias.
Ello genera importantes incentivos para la intervención del Estado, en consecuencia, los gobiernos han desarrollado sistemas para regular la industria con dos objetivos fundamentales: garantizar la seguridad, eficacia y calidad de los medicamentos producidos en el país o importados y promover el acceso de la población.
Ahora bien, la mecánica la regulación de los medicamentos es particularmente compleja: pensemos en los tipos diferentes de productos (medicamentos, productos biológicos, dispositivos médicos, etc.); la creciente complejidad tecnológica de los nuevos productos que se introducen en el mercado (productos genómicos, biotecnológicos, entre otros); y el amplio espectro de procesos involucrados (estudios clínicos, fabricación, distribución, vigilancia posterior a la comercialización, etcétera.).
México cuenta, desde 2001, con un organismo de la Secretaría de Salud, la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), que tiene la responsabilidad de prevenir y atender los riesgos sanitarios en el país y, en ese sentido, garantizar la eficacia, seguridad y calidad de los medicamentos que consumen las familias mexicanas.
De hecho, la Comisión cuenta desde 2012 con la certificación nivel IV ante la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que la acredita como “autoridad nacional reguladora competente y eficiente en el desempeño de las funciones de regulación sanitaria recomendadas por la OPS/OMS, para garantizar la eficacia, seguridad y calidad de los medicamentos”.
La Cofepris desarrolla procesos de vigilancia sanitaria y genera alertas sobre usos o consumos que representa un riesgo para las familias mexicanas, pero, además, mantiene un intenso programa de liberación de genéricos para poner en el mercado fármacos eficientes, seguros y a bajo costo.
La Estrategia de Liberación de Medicamentos Genéricos, instrumentada desde 2011, ha aumentado el abasto y reducido el gasto de bolsillo en medicamentos de la población, al tiempo que se ha priorizado la liberación de medicamentos para el tratamiento de las principales causas de mortalidad en el país y la atención de nuevos padecimientos.
Los mexicanos contamos, pues, con un organismo de primer nivel que revisa y evita que los medicamentos a nuestra disposición sean ineficaces, nocivos o de mala calidad, con efectos indeseables como es el fracaso terapéutico, el agravamiento de las enfermedades, la farmacoresistencia y/o la muerte.
Nuestra confianza en los sistemas sanitarios, los profesionales de la salud y los fabricantes y distribuidores de productos farmacéuticos, pasa por el trabajo de la Cofepris, toda vez que, en la cotidianeidad, la expresión final de la relación médico-paciente es una prescripción médica.
La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), requiere consolidarse a través de la continuidad y de un marco regulatorio que le de autonomía, para evitar que con cambios de gobierno o por intereses de grupo, sea manejado en forma inadecuada.